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El laberinto de los espíritus, de Carlos Ruiz Zafón

Acabo de terminar la cuarta y última novela de El cementerio de los libros olvidados y creo que El laberinto de los espíritus es la que más me ha gustado de las cuatro.

Como es un libro grande y pesado (mi padre me regaló la edición en tapa dura) de 925 páginas y que se me ha caído varias veces en la cara mientras leía acostada, me ha llevado cerca de un mes leerlo. O más bien debería decir que me ha llevado un mes leer la primera mitad, porque la segunda me la he ventilado en estos tres últimos días. Además, me costó un poco reconectar con la historia tras la tormentosa vida de David Martín (recordad que equivoqué el orden y leí la tercera novela antes que la segunda).

Al fin encontré un personaje femenino suficientemente interesante como para captar mi atención, Alicia Gris, (Bea, Isabella, Cristina y cía. me habían parecido versiones diferentes de una misma persona), que además se movía en el terreno de lo policíaco, de lo misterioso, y abrazaba una idea de justicia un tanto cuestionable.

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Como punto negativo, diría que los Sempere se parecen tantísimo unos a otros que al final (un final larguísimo, por cierto) casi no se distingue entre el Daniel de la primera novela y el Julián de esta última. Incluso repiten los mismo patrones, que los vuelven bastante insoportables: ahora me enfado y no respiro, ahora desaparezco de madrugada y no te cuento nada, ahora me voy y ahí te quedas…

Como punto positivo, todo lo demás: intriga, aventura, persecuciones por la ciudad y por laberintos oscuros plagados de libros… Y, sobre todo, cierre de líneas argumentales. Entre ellas, ¿recordáis que al terminar la anterior novela (la segunda, pero que yo leí en tercer lugar) dije que había tenido un giro crepusculiano que no me había gustado mucho? Pues tenía una explicación, y bastante buena, por cierto.

Dicho todo esto, que no es más que un galimatías sin pies ni cabeza, producto de haber bebido 500 páginas en dos días y medio, os la recomiendo.

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Por qué todavía es necesario el Día de la Mujer

Hace un par de años un compañero de trabajo me decía que no entendía por qué teníamos que celebrar el Día de la Mujer, ya que no celebrábamos «el día del hombre». Le respondí que ojalá en el futuro no tuviéramos que hacerlo, pero que actualmente era necesario para que, al menos durante un día, nos prestaran atención y pudiéramos decir bien alto las cosas que iban mal y que había que solucionar. Eso fue, como digo, hace dos años.

Parece mentira que en tan poco tiempo hayan cambiado tanto las cosas, al menos sobre el papel (o la pantalla). De pronto nos hemos vuelto todos tan «feministas» que arde Troya cada vez que alguien abre la boca para decir lo que sea. Literalmente lo que sea. IWD 2018 Web Banners_InFocus_ES

Hace unos días tuve la enorme suerte de asistir a unas charlas en las que uno de los ponentes era ciego y dijo algo que me marcó: «Las discapacidades no existen hasta que nosotros las creamos». O sea, que una persona ciega no es discapacitada hasta que pones obstáculos en su camino o productos que no puede identificar. Mira tú, lo mismo me ocurre con el lenguaje sexista que tanto está en nuestra boca todos los días. Señores míos, el lenguaje no es sexista: sexistas somos nosotros cuando utilizamos ese lenguaje para herir, insultar o menospreciar a alguien.

Escribir «tod@s», «alumnxs» y cosas por el estilo (en serio, ¿cómo se supone que hay que leer eso en voz alta?) no me ayuda en nada por la sencilla razón de que no me ofende en absoluto que me incluyan en el grupo de alumnos, compañeros o profesores. Me da igual. Sé perfectamente quién soy y no me hace mejor ni me facilita la vida que añadan un alumnas, un compañeras o profesoras, y mucho menos alumnxs, compañerxs o profesorxs. Eso no es necesario.

Lo que sí me facilitaría mucho la vida y me haría mucho más feliz es que al ir por la calle no se me acercase ningún baboso a soltarme cualquier guarrería, poder volver a mi casa por el camino que me diera la gana a la hora que me diera la gana, o poder vestirme como me plazca en cualquier momento (y no me refiero a ir con faldas cortas por la noche, que también, si no a no tener que maquillarme o disfrazarme de alguien que no soy para asistir a determinados sitios porque sea lo apropiado).

Hace un rato hablaba con un chico de 29 años de este tema y me decía que nos estamos volviendo todas locas y que ya no se puede hacer nada porque todo está mal visto. Vale. Pero ha rematado diciendo que si un hombre le decía a una mujer sic: «guapa, te voy a comer to el coño» por la calle, estaba en su derecho porque era libertad de expresión. 

¿Perdona? Como soy periodista, lo de la libertad de expresión es un tema que defiendo a muerte, pero una cosa es que puedas escribir, cantar o colgar lo que quieras en una pared, y otra que se lo grites a alguien en la calle:

  1. Invadiendo la intimidad de una persona a la que no conoces.
  2. Avergonzando a esa persona y haciéndole pasar un mal rato.
  3. Faltándole al respeto.

Vamos, que eres totalmente libre de poner en un cartel «guapa, te voy a comer to el coño», pero me importa básicamente una mierda lo que te quieras comer, así que a mí no me molestes.

Y ha continuado diciendo que nosotras éramos libres de defendernos si alguien nos decía o nos hacía algo que no nos gustase. ¿Por qué tengo que aprender a defenderme? Lo que tienes que hacer tú es no meterte conmigo. En mis 32 años nunca me ha seguido una mujer por la calle, nunca me ha intentado robar una mujer, y ninguna mujer me ha enseñado su vagina al pasar por un portal. Llámame loca, amigo mío, pero creo que el problema no es nuestro.

Hemos seguido sin ponernos de acuerdo, porque según él lo de que nos dé cosica pasar por sitios oscuros, volver solas de madrugada y cosas así es algo que está en nuestra cabeza. Debe ser, claro que sí. Tal vez porque no tenía ni trece años la primera vez que un tío me dijo una guarrada por la calle.

También puede que me haya dejado un poco de huella el hecho de que en una empresa en la que trabajaba antes como ejecutiva de cuentas me llevaran como azafata a una feria (a repartir flyers, vamos), o que jamás me dejasen entrar a ninguna reunión con mis clientes, a pesar de que mis compañeros (los chicos), sí que lo hacían.

En fin, amigos, amigas, lectores, lectoras, y lo que sea, vamos a dejar de quemar los cartuchos del feminismo con cosas superficiales, porque todo eso nos desvía de lo más importante. No necesitamos que incluyan el femenino en un discurso si no se nos tiene en cuenta en él. El hecho de que utilicemos una x en lugar de una o no va a librar a las mujeres de tener que llevar un burka, no va a hacer que podamos movernos libremente por cualquier parte del mundo, no va a hacer que ganemos el mismo sueldo por el mismo trabajo, no va a evitar que perdamos el empleo después de ser madres, no va a ayudar a esas mujeres que son utilizadas como meras fábricas de hijos (las vemos todos los días y nunca decimos nada). Así que vamos a dejarnos el lenguaje para cuando tengamos todo esto superado.

Mañana no haré la huelga para pedir protección por ser una mujer, sino respeto por ser una persona.

 

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¿Por qué no deberíamos publicar condolencias con cuentas de empresa?

Es duro decirlo, pero publicar condolencias después de un atentado beneficia a tu cuenta de empresa. Y personalmente odiaría beneficiarme de un atentado terrorista. El algoritmo de Facebook premia a las publicaciones que generan reacciones. Dicho en otras palabras, si tienes Me gusta, subes en la escala y tus publicaciones aparecen en más pantallas.

Cuando publicamos muestras de apoyo a los familiares, solidaridad con las víctimas o rechazo a los terroristas, la gente tiende a reaccionar ante la publicación. Por una simple cuestión de empatía cuesta mucho menos trabajo interactuar con estas publicaciones. Todos estamos afectados, todos condenamos los hechos y todos queremos dejar claro que estamos del lado de los buenos. Así, estamos generando desde nuestras cuentas de empresa una conversación que nos hará ganar unos cuantos miles de impactos. Entre otras cosas, nuestras publicaciones volverán a aparecer en pantallas de personas que nos siguieron en algún momento pero que hacía tiempo que no leían nada nuestro, y ganaremos un par de oportunidades con las siguientes 2-3 publicaciones. Si alguien la comparte, más de lo mismo: llegamos a sus amigos, los amigos de sus amigos… Y si además hemos utilizado hashtags del tipo #jesuis, #prayfor, etc, llegaremos también a esa gente que se dedica a revisar todo lo publicado sobre un tema. Por solidaridad nos darán algún Me gusta, y también aumentaremos nuestra visibilidad.

Cuando presentemos el informe mensual a nuestros jefes podremos decirles que tuvimos un pico de actividad en los tres días posteriores a la tragedia, que conseguimos algunos seguidores, y que las 2-3 publicaciones siguientes (que ya no tenían nada que ver con el atentado) tuvieron más reacciones que las del resto del mes. Lo mismo que si hubiéramos invertido unos euros en publicidad.

En las cuentas que administro, siempre que puedo evitarlo, no publico este tipo de mensajes. No añado banderas ni lazos en el perfil, ni escribo mensajes en idiomas o lenguas diferentes a las que utilizo habitualmente en ellas. Y si no tengo más remedio que publicar, lo hago sin hashtags, para tratar de llegar únicamente a las personas a las que habría llegado con cualquier otro mensaje.

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Brindemos por el nuevo año, traiga lo que traiga

Ahora que es tiempo de hacer balance del año, no puedo evitar acordarme de las palabras de la sabia Lady Violet Crawley acerca del Año Nuevo:

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«No seáis derrotistas, queridos; es muy de clase media»

«It makes me smile! The way every year we drink to the future, whatever it may bring.»

¡Qué razón! Cada Nochevieja brindamos por el Año Nuevo sin saber con qué nos va a poner a prueba. Porque no sé si os habéis dado cuenta ya, queridos míos, pero la cosa se complica conforme nos vamos haciendo mayores. Cada vez tenemos que superar enfermedades más graves, pérdidas más grandes, y dar pasos más trascendentales. Esto es así. Es la vida. Por eso, por malo que haya sido el año que acaba, también deberíamos brindar por él, porque el pobre no se ha salido con la suya y aquí seguimos, un año más, depositando todos nuestros sueños, esperanzas e ilusiones en el año que viene, aunque no lo conozcamos de nada y no podamos ni imaginar todo lo malo que podría traer consigo. ¡Qué diferente sería el mundo si confiáramos tan ciegamente en algunas personas!

Pero pobre año, que aún no ha comenzado y ya lo estamos juzgando. ¿Y si resulta que es un gran año? Creo que el brindis de las campanadas es uno de esos pocos momentos en los que todos nos ponemos de acuerdo para ser optimistas, para desear una vida mejor, o al menos para esperar conservar lo que tenemos ahora. Porque podéis hacer balance de vuestro año, pensar en todo lo que habéis perdido y llorar como nunca. Podéis martirizaros, deprimiros y lamentaros de vuestra mala suerte. Pero cuando acabéis de quejaros por esta puñetera vida que os tiene manía, mirad a vuestro alrededor y fijaos en todo y sobre especialmente en todos los que están a vuestro lado, porque a pesar de lo enormemente desgraciados que sois y lo mal que os ha ido, ahí los tenéis. Brindad por ellos también.

Y si después de recibir al 2017 con tanta ilusión también resultara ser un fiasco, el año que viene brindaremos de nuevo por él, pobrecico nuestro, porque también lo habremos sabido superar, de mejor o peor manera.

 

 

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No me des follow, dame amistad

Hace unas semanas, alguien le echó en cara a una amiga mía que yo hubiera dejado de seguirle en algunas redes sociales. Por Whatsapp. Eran las 8:23 de la mañana.

Esa noche había estado trabajando hasta las 2, así que me costó unos segundos más de lo habitual asimilar la «noticia», pero tras el shock inicial no pude hacer otra cosa que preguntarme: ¿Es que nos hemos vuelto locos? ¿Qué hace que alguien con un doctorado, una persona madura y profesional, envíe un mensaje así? ¿De verdad tenía intención de molestarme, utilizando para ello a una amiga mía?

Lógicamente, me lo tomé a coña. Me entretuve haciendo una infografía con las principales razones de que te hagan unfollow para reírme un rato, y ahí quedó la cosa, sin malos rollos ni nada.

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Pero conforme pasaban los días, cada vez me entristecía más pensar que para muchas personas lo que pasa a través de las redes tiene una importancia real. Ojo, que me gano el pan con esto, pero hasta yo sé que hay vida más allá. De hecho, LA VIDA está más allá. Las redes sociales son geniales, de verdad, pero no os podéis tomar a pecho todo lo que veáis/leáis en ellas, porque el césped del vecino siempre será más verde, y dejaréis pasar sin prestar atención las cosas reales que os están ocurriendo. Si queréis leer más, ya escribí sobre esto aquí, pero el tema que me ocupa hoy es otro, y creo que, aunque os va a caer como un jarro de agua fría, vais a comprender la importancia de desconectar un rato.

El otro día me comentaba un amigo que un montón de amigos suyos estaban haciendo el viaje de sus sueños, cruzando EEUU, y que se moría de envidia al ver las fotos. Me di cuenta de que arrastraba cierto cabreo al verse excluído del «grupo de amigos». Casualidades de la vida, sé de  tres grupos que lo están haciendo ahora mismo y mi Facebook está repleto de luciérnagas, sombreros de vaquero, bares de carretera y lagos, igual que imagino que lo estará el suyo, y le entiendo.

Entonces le hablé de mi no-Camino-de-Santiago y de la función que implantó Facebook hace unos meses para rememorar tal día como hoy de otros años. Menos mal que Facebook me recuerda mis recuerdos, porque si no, no sé qué sería de mí. Gracias a Mark Zuckerberg me he leído a mí misma a través de cuatro años preguntando si alguien iba a hacer el Camino de Santiago. Normalmente no tengo reparos en viajar sola cuando me empeño mucho en un destino, pero el Camino me tira para atrás, así que aún no lo he hecho. Sin embargo, me consta que muchos de mis amigos de Facebook sí. Sin mí. He visto las fotos. ¿Y eso? ¿Es que no me quieren?

Os aseguro que soy muy sociable (y social), tengo muchos y muy buenos amigos, y un montón de familia. ELLOS no lo han hecho. Y precisamente ahí es donde quiero llegar. Vuestros amigos de Facebook (y del resto de redes) NO son vuestros amigos. Están ahí, os dáis al me gusta de vez en cuando, e incluso intercambiáis comentarios llenos de emojis (porque en realidad no sabéis qué decirles ni cómo).

Son esa gente con la que no cruzaríais una palabra si no hubiera un vídeo de gatos de por medio, esa gente a la que escribís jajaja (o ja ja ja, según el gusto) mientras estáis súper serios, con cara de asesino en serie. Esa gente que ha tenido el valor de irse de viaje sin vosotros (¡!) porque ni siquiera pasásteis por su mente al planearlo.

Así que prestad un poquito más de atención a quienes os hagan reír a carcajadas y os mantengan hablando hasta que no os quede saliva, y atesorad esos momentos en vuestra mente, más que en vuestro teléfono. No dejéis que Facebook os diga qué recuerdos debéis tener.

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La leyenda de la Flor de Pascua

La flor de Pascua, estrella de Navidad, pascuero, flor del inca, estrella federal, poinsettia o, mejor pero menos dicho, Euphorbia pulcherrima, es esa planta que ha empezado a llegar a nuestras casas anunciando que ya tenemos la Navidad otra vez a la vuelta de la esquina (no hace más que dar vueltas esta Navidad!). Pues como toda gran tradición que se precie, la flor de Pascua también tiene su leyenda detrás, en este caso mexicana.

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Poinsettia

Érase una vez una niña  y su hermano, que vivían en un pueblo donde era costumbre celebrar una gran fiesta antes de la Navidad. Durante días, se preparaba en la iglesia un gran pesebre, y todo el mundo iba a ofrecerle regalos al Niño. Como estos hermanos no tenían mucho dinero, estaban muy tristes y agobiados porque no sabían qué llevar.

Un día, yendo hacia la iglesia, decidieron cortar ramas de unos arbustos que vieron por el camino. Al llegar allí, los otros críos se rieron de ellos por llevar una ofrenda tan pobre, pero aun así ellos colocaron las ramitas alrededor del pesebre lo mejor que pudieron. De pronto las hojas, que eran verdes, cambiaron de color, quedando el pesebre rodeado de hermosas estrellas de un rojo intenso.

Y por eso se llama flor de Pascua y estrella de Navidad.

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Flor de Pascua

Esta leyenda tiene, como todas, elementos cambiantes. Los hermanos se convierten en primos, y los niños en una niña, la niña en una chica… Por su parte, la ofrenda que se hace al pesebre también es un regalo de Navidad que se hacen entre ellos, o una ofrenda para pedir algo al Niño Jesús (por la enfermedad de una madre, por ejemplo), y por supuesto, en cada una de ellas los nombres de los protagonistas son diferentes. Lo que no cambia, es que todo el mundo se queda loco al ver las hojas verdes cambiar al rojo. Y no me extraña, porque a mí misma me fascina, y eso que nunca he presenciado el milagro de la instantaneidad.

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Hoja de poinsettia cambiando del verde al rojo

Otra cosa de la que a lo mejor no te habías dado cuenta es que lo que la mayoría llama «flor» en realidad son hojas. Si queremos ver esta diminuta flor, tenemos que fijarnos mucho.

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Detalle de una flor de Pascua

Y ya para terminar, y por si te lo estabas preguntando, el nombre de poinsettia le viene de Joel Roberts Poinsett, que fue embajador de EEUU en México, y que llevó a su tierra la planta en 1825. En honor a él, se celebra el Día Nacional de la Poinsettia en 12 de diciembre, fecha de su muerte.

Y una cosa más, y ya acabo: pulcherrima suena fatal, pero es todo lo contrario, ya que en latín quiere decir «la más bonita».

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O nadas, o te hundes. Y los morianos nadan

En estos tiempos de reinventarse o morir, de nadar para no hundirse, esta familia de murcianos ha hecho precisamente eso, moverse contra la marea, contra lo establecido y contra las normas del cine «comercial» para salir adelante.

Cartel de Las aventuras de Moriana

Las aventuras de Moriana, la película más murciana de la historia

No es un producto de Hollywood, por supuesto, al menos no del que conocemos ahora. Pero echen un vistazo a las primeras producciones, cuando el cine aún era cine, y tal vez se sorprendan descubriendo que Las aventuras de Moriana tiene mucho más de Hollywood que todo lo que estamos acostumbrados a ver.
Tiene localismos murcianos, sí. Los protagonistas tienen acento, también. No es una película española al uso, mejor (¿quién querría que lo fuera?). Y además, es la muestra de que el trabajo duro, el empuje y el esfuerzo al final tienen su recompensa.
Y de propina, el espectador se lleva una historia que conmueve, unos personajes que hacen reír, y se va del cine con la sensación de que al final todo mejora con un poquito de ayuda de los amigos. ¿Qué más se le puede pedir?

Las aventuras de Moriana en Twitter

Las aventuras de Moriana en Facebook

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Todo lo que usted siempre quiso saber sobre lo vintage y nunca se atrevió a preguntar

Ahora que paradógicamente lo que está de moda es lucir cualquier cosa que esté pasada de moda, no podemos dejar de preguntarnos: ¿qué me pongo? ¿Todo vale?
Pues no. O sí. Depende únicamente de nosotros. Ahora bien, tal vez lo que nosotros queríamos era llevar algo vintage. ¿Verdad que sí? Entonces, hay algunas cosas que deberíamos tener en cuenta. A continuación, todo lo que usted siempre quiso saber sobre lo vintage y nunca se atrevió a preguntar.

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¿Qué significa que algo es vintage?
Un objeto o prenda vintage es aquella que por su significado, influencia, valor, etc., se ha convertido en objeto del deseo de los coleccionistas. Se suele tomar como referencia el año 1900 y hasta 25 años de la actualidad, es decir, tiene que tener más de 25 años. Si no los tiene, es simplemente algo viejo; guárdalo hasta que llegue su momento.
¿Todo puede ser vintage?
No necesariamente. Para ser considerado vintage, debería ser representativo de la época a la que pertenece, tener un valor estético. Pero ante todo, tiene que ser algo original.
¿Es lo mismo retro que vintage?
¡De ninguna manera! Algo retro pudo fabricarse ayer mismo o hace 30 años, mientras que algo vintage tiene que tener obligatoriamente su solera. Además, un producto retro puede serlo sólo porque nos recuerde a algo que ya existió en el pasado. Por ejemplo, un CD de la banda sonora de Grease es retro, mientras que el vinilo original ya sería considerado vintage.
¿Por qué me voy a comprar algo vintage pudiendo tener cosas nuevas?
Por muchas razones. Puede ser que seas un nostálgico empedernido, en cuyo caso lucharás a muerte por algo vintage porque reconocerás el valor que tiene. La empresaria Carola Madariaga, firme defensora de lo vintage, lo denomina “la idea de rescatar algo ya olvidado y traerlo de vuelta a la vida”.
Si no eres un amante de lo nostálgico, hay tres cosas que puedes encontrar en este tipo de productos: calidad, exclusividad y valor.
Nadie va a negar que antes las cosas duraban más, ¿verdad? Forros que no se rompían, telas que no te daban calambrazos al frotarlas, correas de bolsos que no se picaban… Pues eso, amigo mío, era la calidad.
Por otra parte, ten en cuenta que, para mucha gente, ir moderno es precisamente lo contrario a lo que significa el término moda, es decir, ir diferente a los demás. ¿Cuántas veces has comprado algo en una cadena de tiendas y te has tropezado con un montón de gente por la calle que iba igual que tú? Pues si algo tienen estos productos, es exclusividad.
Y por último, el valor económico, histórico y sentimental. Buscando prendas y otros objetos vintage es más que probable que te dejes un pastón pero es más probable todavía que encuentres verdaderas gangas y seas tú quien pueda sacar rentabilidad al asunto si algún día decides traspasar a otra persona el honor de poseer dicho objeto. En cuanto al valor sentimental, ¿te has parado a pensar la de historias que ha presenciado esa prenda antes de llegar a tu cuerpo serrano? Piénsalo bien: nadie tiraría a la basura el violín del Titanic por mucho que ya no sirva para hacer música.
Ya me he convencido pero, ¿dónde encuentro algo vintage?
Mercadillos, rastros, traperos, Internet… ¿Has mirado bien en el viejo baúl de tus abuelos?
Soy demasiado vago para eso, dime más.
Últimamente no hay que rebuscar mucho para encontrar ambiente vintage (seguido muy de cerca por el retro) en las calles de tu ciudad. En Murcia, por ejemplo, no es difícil encontrar bares y discotecas dedicadas a los más nostálgicos. También han empezado a aparecer tiendas (al margen de los anticuarios de toda la vida) donde podemos comprar ropa y complementos de inspiración o verdaderamente vintage.
Además, contamos con la inestimable ayuda de los cazadores de ropa vintage, quienes, en una turné permanente por los locales más de moda de la ciudad, van acercando a los murcianos la posibilidad de adquirir el próximo objeto estrella de su ropero.
En definitiva, poseer algo vintage implica tener algo diferente, único, atemporal, valioso. Así que, a rebuscar se ha dicho.

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El día que Murcia se convirtió en el octavo reino (segunda parte)

Finalmente llegó el día en el que los fans de Juego de Tronos (los que no trabajaban esa mañana o engañaron a alguien para que hiciera cola por ellos) consiguieron su entrada para ver… algo relacionado con la serie. La mayoría no tenían muy claro a qué iban exactamente; si estrenaban la quinta temporada, si venían actores (sí, alguno en la cola realmente los esperaba), o qué iba a pasar en el teatro Romea esa noche, pero todos aguantaron estoicamente la amenaza de lluvia y el aire frío, que mezclado con el suelo mojado y un plantón de casi dos horas, daban como resultado unos pies tan helados como después de pasar una noche entera en el Muro.

Fans haciendo cola a las puertas del Teatro Romea

Fans haciendo cola a las puertas del Teatro Romea

Aunque si hubiéramos sabido que por la tarde tendríamos dos horas largas para hacernos una foto en el Trono de Hierro y que para eso no hacía falta entrada, seguramente muchos se habrían ahorrado la cola.
En cuanto a esto, hubo mucha genteque casi se queda fuera del teatro pues les dieron las diez de la noche aún sin hacerse una foto en el trono, a pesar de recurrir a las fotografías de grupo. Yo misma, que iba acompañada de otras dos personas, fui la única de los tres que logró sentarse, apurando hasta el último segundo, y arriesgándonos a quedarnos fuera (llegamos a las 21:56 al trono). Seguramente, sin todos esos jetas que conocen a alguien que conoce a alguien, que se colaron y se hicieron mil fotos, habrían entrado muchos más. En fin, al menos vivimos un momento emocionante, cuando un chico sentó a su novia en el trono y le pidió matrimonio. La pena es que después se tuvieron que ir y se perdieron la mención que les hicieron dentro del teatro.

Por si alguien aún tiene dudas, ni se estrenaba la nueva temporada, ni venían los actores de la serie. Lo que se proyectó esa noche fue El reino español de Juego de Tronos, el documental que Canal+ preparó tras el rodaje de algunas escenas en Sevilla y Osuna, y un episodio de la cuarta temporada elegido por los espectadores (por supuesto, ese en el que ATENCIÓN SPOILER le revientan la cabeza a uno después de chafarle los ojos).

Una larga cola para fotografiarse en el Trono de Hierro

Una larga cola para fotografiarse en el Trono de Hierro

Llegados a este punto tengo que confesar que tenía cierto recelo ante tanta espectación, ya que sobre el Romea pesa una maldición según la cual el teatro desaparecerá tras incendiarse tres noches de lleno absoluto. Y como ya van dos… Pero eso es otra historia, que será contada en su momento. En cualquier caso, admito que respiré tranquila cuando localicé un par de butacas vacías.

Todo listo para la proyección en el Romea

Todo listo para la proyección en el Romea

El documental estuvo interesante, aunque tal vez resultara demasiado largo, o al menos lo suficiente como para echar en falta entrevistas con los personajes centrales, o algún adelanto jugoso de lo que está por venir. En cuanto al capítulo, fue exactamente el que me esperaba, e hizo retorcerse en el asiento a muchos de los que aguantaron hasta el final, a pesar de la hora que era y de los subtítulos (lo de que fuera en inglés sí que fue una sorpresa).

En definitiva, no vimos lo que se dice mucho (por no decir casi nada) de la nueva temporada pero, al fin y al cabo, ¿no es mejor así?

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El día que Murcia se convirtió en el octavo reino (primera parte)

Tengo que admitir que no soy una mega fan de Juego de Tronos. Quiero decir, que me gusta mucho y eso, pero esta serie ha resultado ser un fenómeno tal, que no llego a estar a la altura del fan más elemental. Aun así, como tengo esa manía de querer estar en el ajo de todo lo que se cuece por aquí, me he subido al carro del paso de Juego de Tronos por Murcia.

Mi historia con esta serie comenzó hace mucho tiempo. Varios amigos y familiares fueron cayendo en las garras de los libros de George R. R. Martin y, después de desaparecer durante varias semanas detrás de cada uno de los tochos de Canción de Hielo y Fuego, me recomendaban e incluso me rogaban que los leyera. A pesar de que me resultaba tentador, me negué rotundamente porque me encantan las series de libros, peeeeeeero siempre y cuando estén completas. No soporto aguantar durante meses e incluso años con un libro a medio. La curiosidad, la incertidumbre, las noches en vela… Es un sinvivir que no estoy dispuesta a aceptar.
Lo malo es que apareció la serie de televisión, las altas cuotas de audiencia, el fenómeno fan, la locura, las webs, las revistas, los TT de Twitter cada vez que en EEUU emitían un nuevo capítulo… (¿es que todo el mundo se volvió loco?), y lo que habría sido una oportunidad chocó con otra manía que tengo: no ver series ni pelis basadas en libros sin leer el libro antes.

Juego de tronosPero finalmente, tras cuatro duras temporadas, como mortal débil que soy, a primeros de septiembre me rendí. Francamente, el primer capítulo no me gustó mucho, pero como tenía algo de tiempo libre seguí con el segundo, y luego el tercero… Y ya lo siguiente que recuerdo es que habían pasado un par de semanas y ya no enviaba whatsapps sino cuervos con mensajes, no me iba a mi habitación sino que me retiraba a mis aposentos, aseguraba que «winter is comming» a pesar de que no bajábamos de los 30 grados, y cada vez que me cabreaba soltaba un orgulloso «un Lannister siempre paga sus deudas». Ahí fue cuando decidí aflojar el ritmo. Lástima que sólo me quedaran dos capítulos.
Obviamente los vi, y comprobé con horror que me tocaba sufrir como al resto de los mortales hasta que llegaran nuevos capítulos en abril. Había caído en la trampa.

Total, que hace unos días descubrí que el FesTVal, el festival de series que empieza hoy en Murcia nos iba a traer un documental filmado durante el rodaje de algunos episodios de la serie en España, la emisión de un capítulo de la cuarta temporada y el Trono de Hierro de Canal+. Sinceramente, creo que si viviera en Poniente no me sentaría en el Trono de Hierro ni loca (es una sentencia de muerte), pero ya que lo han traído hasta aquí…

Cartel del Festival de Televisión que se celebra en Murcia

Cartel del Festival de Televisión que se celebra en Murcia

Pues eso mismo es lo que habrán pensado los cientos de fans (murcianos y de más allá) que he visto estos días por las inmediaciones del stand del FesTVal en el lateral del Romea, que no paran de preguntarle a los pobres voluntarios de la organización que cuándo dan las entradas. Sin ir más lejos, esta mañana me he cruzado con dos chicos que habían venido desde Cartagena (uno de ellos era mexicano y estaba de visita) pensando que ya las podían recoger. Eso, sin contar a todos los que pululan por twitter, muchos de ellos también de fuera de la ciudad, y que están como locos buscando alguien que pueda acercarse a recogerlas en cuanto den el pistoletazo.
¿Qué queréis que os diga? Esto promete.

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