Hay algunas personas que piensan que llevar gafas es algo así como guay. En serio, los he visto, y llevan gafas sin gristales o sin graduar, sólo por el hecho de ponerse gafas. Vamos, es como si me diera por colocarme un sonotone o unos brackets porque ahora los hacen de colores.
En fin, hay ciertas acciones y situaciones cotidianas que son más complicadas para la gente con gafas, y que hacen que llevarlas pierda el encanto. Si nunca las has tenido que llevar, o te las pones sólo por gusto (porque eres tonto de remate), nunca habrás valorado la normalidad con la que haces estas cosas.
- Lavarse la cara. Nunca necesitarás tanto refrescarte la cara como cuando no puedas hacerlo. Las mujeres tienen bastante experiencia con este problema por aquello del maquillaje, y si además le sumas unas gafas es como para llorar. Quítate las gafas, échate agua, busca a tientas algo con lo que secarte las manos (para no llenar de agua los cristales), busca a tientas las gafas. Dentro de esta categoría podríamos incluir “tocarse la cara”. Puede parecer ridículo, pero hay veces en las que necesitas un acceso rápido a tu cara, especialmente a los ojos. Llevar unas gafas no te protege de polvo, agua, pelusas, pestañas y todo eso que se nos mete en los ojos, sino que dificulta bastante limpiarnos a tiempo.
- Las gafas deslizantes. Es una verdad universalmente aceptada que cuando no puedas utilizar las manos te harán falta (sobre todo si acabas de pintarte las uñas, pero ese es otro tema). Pues bien, imagínate algo grande y pesado en las manos, tan grande y pesado que hace que unas pequeñas gotas de sudor empiecen a aparecer en tu cara. Si añades unas gafas de pasta, de esas que están tan de moda, tienes unas gafas deslizantes. Recordemos que tienes las manos ocupadas. La cabeza de la persona con gafas empezará a restregarse contra cualquier cosa para tratar de devolverlas a su sitio antes de que se escurran hasta la punta de la nariz: antebrazos, hombros, espaldas de otra gente…
- Eres ciego en la playa. Mientras estás bajo la sombrilla todo va bien, pero en cuanto decides meterte al agua firmas un pacto con el karma, el destino, el ángel de la guarda, Dios o lo que sea, para que te proteja. A partir de ese momento eres un ciego torpe andando vacilante entre piedras, cristales, castillos con foso, medusas, cangrejos o cualquier cosa que te quiera atacar. Eso, sin contar con esa gente a la que saludas y en realidad no conoces, y todos esos que sí conoces pero no saludas. Además, es una pena perderse las cosas bonitas cuando buceas, como los bancos de peces, que sólo son destellos borrosos en agua borrosa. Y cuando salgas del agua, encuentra tu sombrilla, que esa es otra.
- Deportes de equipo vs. seguridad. Es otra verdad universalmente aceptada que si llevas gafas, todos los golpes van a las gafas y, por ende, a tu nariz. Así que llega un momento en la vida en el que tienes que elegir entre arriesgarte y llevar gafas para hacer deporte (normalmente con un peligroso balón), o quitártelas y jugar sin ellas. Esta opción conlleva el abandono del deporte, porque cuando no ves, nadie te coge en su equipo y al final nunca juegas.
- Son algo duro y nada flexible pegado a la cara. Ese gran placer de la vida que es tirarse en el sofá a ver la tele hasta quedarse dormido. O tirarse en la cama a leer o jugar a la consola, o ver el móvil (o cualquier cosa que requiera ver), hasta quedarse dormido. Todo eso desaparece, porque siempre tienes algo pegado que no se dobla (y si se dobla, malo), y que no te deja acostarte de lado. Pero es que si llevas lentillas ¡es peor! Es otra verdad universalmente aceptada que si te estás quedando dormido y te levantas a quitarte las lentillas (o ponerte el pijama) te espabilas. ¿Verdad?
- Las atracciones de feria son un sufrimiento gratuito. Y por gratuito no me refiero a gratis, sino que “pa qué”. Quiero decir, si mezclamos lo malo de quitarse las gafas en la playa, y la necesidad de quitárselas para los deportes, tenemos el problema de las gafas en ferias y parques de atracciones. Si en la montaña rusa te las tienes que quitar, ¿para qué vas a montarte? Total, no vas a recibir nada bueno mientras que multiplicas lo negativo; o sea, que no ves nada desde lo alto del ave fénix, el gran hotel o como se llame, y vas a salir vomitando hasta por las orejas del mareo que te va a dar.
- No eres interesante. No. Ni hipster, ni culto, ni serio, ni nada. Como siempre llevas gafas, nunca disfrutarás del halo de fascinación que genera la gente que no las lleva y un día de pronto aparece con ellas. “Uaaaaaaaaau, qué aire de intelectual tienes”, es una frase que nunca escucharás dirigida hacia tu persona.
- Las gafas y la lluvia. ¿Sabes esa barrita que llevan los coches para limpiar el cristal cuando llueve? Las gafas no la tienen. Así que desde la primera gota de lluvia hasta la última, todas, absolutamente todas, irán a parar a tus gafas. Bueno, no todas; si pensabas que porque tus cristales reciban agua iban a evitar de alguna manera que ésta cayera también en tus ojos, estabas equivocado.
- Las gafas y la ducha. En la ducha pasa lo mismo que bajo la lluvia, solo que multiplicado. El problema se soluciona quitándotelas porque, total, ¿para qué? Pero sí hay un para qué, y es por ejemplo, no acabar echándote suavizante por todo el cuerpo, champú en los brazos, o vete a saber qué. Aunque eso se soluciona dejando cada cosa en su sitio o aprendiéndote los colores de las botellas. Pero piénsalo bien: ¿qué otra cosa haces en la ducha y que requiere una maquinilla de afeitar? Cuchillas y ceguera es una mala combinación.